HOMILÍA “TENER LA ESPÍRITU DE UN NIÑO”

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Evangelio de Mt. 18, 1-5.10.12-14

11 de agosto del 2020

Hermanos

Hoy, en la primera lectura, tenemos esa vocación de Ezequiel, donde el Señor le manda a asimilar esa palabra que le dirige, esa palabra que va a estar llena de lamentaciones hacia la ceguera del pueblo de Israel, sin embargo, pues también, va a ser una palabra de esperanza.

Al final de cuentas, la vocación de Ezequiel es la vocación de cada una de nosotros, también nosotros estamos llamados a asimilar esa Palabra del Señor, así como comemos un alimento y lo hacemos parte nuestra una vez que lo asimilamos, de la misma manera, hoy el Señor, nos invita a que asimilemos la Palabra de Dios, a que la hagamos nuestra, a que forme parte de nuestro propio ser, para que la podamos proyectar hacia los demás.

Por eso, muchas veces esa Palabra, pues no siempre es agradable, aparentemente, pero al final de cuentas, nos deja una cierta dulzura, una cierta paz, una alegría profunda en medio de las tribulaciones.

A veces, desgraciadamente, nos escuchamos más a nosotros mismos que escuchar a Dios, y si ustedes se dan cuenta, pues fíjense en las oraciones que a veces hacemos: Señor, nosotros queremos que hagas esto, que hagas el otro; que actúes de esta forma, que actúes de esta otra; pero pocas veces decimos: Señor, que se haga tu voluntad y ayúdame a aceptar eso que tú me pides. Esa es la actitud que debemos de tener.

Y esa es la actitud de la que nos habla el evangelio de hoy, esa actitud del niño. No nos habla del niño inconsciente, no nos dice que seamos como niños, sino que tengamos el espíritu de niños, que es muy diferente a ser  niños, comportarnos como niños, a tener el espíritu del niño.

Ser como niños, pues un niño en es irresponsable de alguna manera, no puede responder de sí mismo, por eso tiene que estar el papá o la mamá cuidándolo, para que no haga algo fuera de línea, por qué, porque muchas veces no miden el peligro.

Esa actitud es la que nosotros tenemos cuando vivimos nuestra religiosidad, nuestra fe, la vivimos como una serie de normas que hay que cumplir e incluso hasta con temor, y actuamos a veces por miedo al peligro, miedo a la condenación eterna, y no actuamos como el niño, que se guía de su Padre, que escucha, que está atento.

El espíritu del niño, como habla Jesús de tener el espíritu del niño, es tener precisamente esa actitud nuestra hacia Dios, así como la actitud del niño de ponerse en manos de los padres, porque sabe que depende de ellos. Por eso el niño se fía, se deja guiar, cuando la mamá o el papá le abren los brazos, el niño inmediatamente se avienta, se abalanza, porque sabe que siempre lo van a recibir, lo van a acoger.

Esa es la actitud de confianza que hoy nos invita el Señor, y nos dice, tengan confianza, porque para mí son muy valiosos.

Si un pastor pierde a una oveja, pues deja las 99 y va en busca de la otra hasta que la encuentra, pues así Dios quiere encontrarnos a cada uno de nosotros, quiere que verdaderamente busquemos su voluntad, quiere que nos pongamos en sus manos, y cuando ve que nos perdemos no nos condena ni nos dice, así te va ir, ¿verdad?, sino que va, aunque nos corrige, pero va en busca  nuestra siempre.

Siempre nos está perdonando, siempre está tratando de buscar nuestra salvación.

Bueno, pues vivamos esta presencia de Dios, ese Dios amoroso, ese Dios solicito, de ese Dios que nos ama a pesar de todas nuestras debilidades, de nuestros pecados y acudamos a él, acojámonos a él.

Recordemos que muchas veces no va hacer lo que nosotros queremos, una de las formas del discernimiento espiritual, es aprender muchas veces, lo que uno hace, aunque no nos guste, pero es lo que se debe hacer, pues es una señal muy clara, que está haciendo la voluntad de Dios, sobre todo cuando nos toca morir a nosotros mismos para dar vida a los demás.

Pidámosle al Señor, que sepamos vivir esta Eucaristía uniéndonos al sacrificio de Cristo y viviendo precisamente, esa disposición que tuvo Jesús con el Padre teniendo esa disposición cada uno de nosotros con Dios.