
Solemnidad de Pentecostés
La solemnidad de Pentecostés es narrada en la Sagrada Escritura en el libro de los Hechos de los Apóstoles (cfr. Hch 2, 1-11). Haciendo referencia a la promesa que Jesús hace de enviar al Espíritu (Paráclito) a sus Apóstoles (cfr. Lc 24, 46-49). Es en este día que los Apóstoles reciben los dones del Espíritu Santo, después de la ascensión del Señor, sin embargo, esta solemnidad adquiere un carácter particularmente cristiano, pues esta fiesta ya era celebrada por los judíos, pero con otra connotación. Antes de partir hay que señalar que la palabra “Pentecostés” proviene del latín: Quincuagésimo y significa Cincuenta días.
La celebración de pentecostés en el Antiguo Testamento tiene sus raíces después de la liberación del pueblo judío de la esclavitud de Egipto, los judíos cincuenta días después de la pascua celebran la alianza pactada por Dios con su pueblo por medio de Moisés en el Sinaí, esto lo podemos constatar en Éxodo 19, 1-8 y 34, 18-26.
Pero podríamos preguntarnos: ¿En qué consistía esta fiesta? Consistía en la celebración la cosecha del trigo y esta comenzaba siete semanas después de la pascua, siendo que coincidía con el tiempo transcurrido entre la liberación de Egipto y la llegada el monte Sinaí, por lo que, en adelante, esta fiesta celebraría la Alianza de Dios con Israel. En la Sagrada Escritura lo podemos encontrar en Deuteronomio 16, 9-10. Donde existe el mandato de celebrar esta fiesta judía.
Con este antecedente, para el cristianismo celebrar esta solemnidad representa el cumplimiento de la promesa que Cristo hizo a sus discípulos (Lc 24, 46-49) ya que con ello Cristo renovó su alianza de una manera muy especial: envía al Paráclito para continuar con la misión de la obra de salvación, es decir, su Iglesia, el nuevo pueblo de Dios por la cual Dios cumple su promesa de santificar a su pueblo por medio de su gracia.
Si leemos con detenimiento el pasaje de Pentecostés (Hch 2, 1-13) veremos que hay dos signos de la acción del Espíritu Santo: el entusiasmo y la fuerza que impulsa a los Apóstoles a salir a predicar, además, la capacidad de darse a comprender en otras lenguas. Otros signos que encontramos cuando aparece el Espíritu Santo son el viento y el fuego. El viento es el signo más característico de Espíritu Santo, proviene de la palabra griega: pneuma, que en hebreo será: ruha que designa a aliento divino, u espíritu. Por otra parte, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo.
Con esto partimos y decimos que la acción de Pentecostés inaugurara en la Iglesia una nueva creación ya que con el Espíritu Santo la Iglesia nace desde Dios (Jn 3, 5-21). Es la fuerza que lanza a la Iglesia ha ir hasta los confines del mundo (Mt 28, 18-20; Mc 16, 15-16; Lc 24, 46-49; Jn 20, 21-23) para dar testimonio de Cristo. Y dentro de la Sagrada Escritura observamos que numerosas veces el Espíritu Santo es quien guía a la Iglesia naciente cómo se posesiona entre los paganos, cómo Él envía a la misión, cómo guía y acompaña a los que envía. La acción del Espíritu Santo está en toda su Iglesia.
Por ello decimos que los dones que el Espíritu Santo derrama sobre el hombre son: Sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. De éstos, los primeros cuatros pertenecen a la parte intelectiva, y la perfeccionan y los otros tres a la voluntad, perfeccionando sus fuerzas apetitivas (crf. S.Tom 1. 2. Q. 68). Ellos son necesarios para que el hombre consiga la salvación, la razón es que nadie sin seguir las mociones de Dios, puede salvarse, para ello, el hombre debe disponerse por medio de ellos.
La tradición de la Iglesia basa los frutos del Espíritu Santo en la cita bíblica de Gálatas 5, 22-23 y en el Catecismo de la Iglesia en el n. 1832 enumerando un total de doce, a saber: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad. Estos frutos que produce el Espíritu Santo en la vida después de haber recibido sus siete dones que son recibido con las virtudes teologales, en el sacramento del bautismo y que son aumentados con el sacramento de la confirmación. (cfr. CATIC 1302).
En conclusión, decimos: Jesús siempre obra en el Espíritu por ello, toda su acción manifiesta la presencia del Espíritu en Él (Lc 4, 14), por medio del Espíritu vence al demonio de las tentaciones (Mt 4, 1ss) y libera a sus víctimas (Mt 12, 28), trae a los pobres la Buena Nueva (Lc 4, 18). En el Espíritu tiene acceso al Padre (Lc 10, 21). Toda su actividad mesiánica pone en jaque al mal y a la muerte, su fuerza y la verdad de su Palabra, su familiaridad con Dios son prueba de que en Él reposa el Espíritu de Dios anunciado en Isaías 61, 1. Él es el Mesías que salva, el Profeta que se había de esperar y el Siervo muy amado. Es por ello que, celebrar la fiesta de Pentecostés es celebrar la obra del Espíritu Santo en nuestra vida, ya que Él es el que debemos dejarlo actuar ya que con Él podemos romper nuestra aridez espiritual, abre nuestros corazones a una nueva esperanza y nos ayuda a fortalecer nuestro interior en la relación con Dios y con los que nos rodean.
Referencias:
1.- X. León-Dufour: “Vocabulario de Teología Bíblica”. Ed,. Herder. 1972. Barcelona.
2.- A.A.V.V.: “Catecismo de la Iglesia Católica”. Ed.- Coeditores Católicos de México. 2001. México.
3.- Bulgákov Sergui: “El Paráclito”. Ed.- Sígueme. 2014. Salamanca.
4.- “La Biblia Católica para Jóvenes”. Ed.- Verbo Divino. Navarra. 2015.