Evangelio Mt. 16, 24-28
07 de agosto del 2020
Hoy, Jesús en el evangelio nos dice, “el que quiera venir conmigo”
La vida cristiana es un camino de libertad, donde nosotros tenemos que ir eligiendo, pero esa libertad parte de una renuncia de nosotros mismos. Por qué tenemos que renunciar en un principio a nosotros mismos, para ganarnos a nosotros mismos.
Si nosotros contemplamos nuestra vida, nos damos cuenta que, así como hay cosas muy buenas en nuestra vida, también hay muchas tendencias que tenemos hacia lo malo, hacia lo que nos hace daño, hacia lo que va en contra de la ley de Dios. Y justamente por eso, tenemos que hacer este ejercicio, de morir a nosotros mismos, para ir fortaleciendo esa libertad que, de alguna manera tiende hacer cosas que no nos favorecen. Solo Dios es el que puede dar la salvación.
Hoy, leímos el resumen de este pequeño libro de Nahum, donde nos habla precisamente de esa realidad que nosotros vivimos, esa realidad de debilidad que nosotros experimentamos constantemente en nuestra vida; y nos habla de cuando el pueblo de Israel se aleja de Dios, es invadido; y cómo Dios al final del tiempo obtiene la victoria. Se nos habla de la destrucción de un pueblo que invadió a Israel, el pueblo de Asiria, que la capital era Nínive. Aunque sabemos que ese pueblo de Israel va a seguir en la infidelidad, y después también va a ser invadido por los babilonios.
De alguna manera nosotros estamos llamados a renunciar a nosotros mismos, para ganarnos a nosotros mismos, para que podamos exigirnos. Por eso, todos los días tenemos que morir a cosas que aparentemente nos agradan más, pero no nos hacen bien.
No es lo mismo hacer lo que me gusta, que a veces me hace daño, que hacer lo que me conviene en cada momento, aunque no siempre me guste.
Por eso, el cargar con nuestra cruz de cada día significa dejar que Cristo reine en nosotros, y que ese hombre viejo vaya muriendo para que el hombre nuevo que nace de Cristo, surja en nosotros.
Por eso, este ejercicio de privarnos de alguna cosa, es un ejercicio que nos va ayudar a fortalecer ese hombre nuevo y a desechar a ese hombre viejo.
Pidámosle al Señor en esta Eucaristía, que nos ayude a vivir en esa lucha, para poder construir nuestra vida y darle un sentido profundo a todas las circunstancias que nos rodean.
Que así sea.
