
Homilía de Mons. Carlos Briseño Arch, OAR
Evangelio Mt. 14, 22-33
09 de agosto del 2020
Queridos hermanos.
Los milagros que se narran de Jesús en los evangelios, nunca son unos hechos desnudos, sin una señal, sin un significado. Son Señales del reino de Dios. De manera que nosotros los creyentes no nos importa tanto la narración de los hechos, sino sobre todo el milagro, lo que quiere decir ese milagro.
Y en el caso concreto, nos importa mucho saber qué significa la figura de Jesús caminando sobre las aguas.
La Palabra del evangelio nos invita a contemplar a nosotros mismos. Este pasaje el papa Francisco lo utilizó al principio de la pandemia, precisamente, para hablarnos de esta realidad que estamos viviendo.
Por eso, nos tenemos que contemplar a nosotros mismos, ahí en el lago, sorprendidos ante las olas, asustados porque en la noche, como la que estamos viviendo en la pandemia, todo parece más difícil. Y viendo el viento contrario que no avanza, que las cosas no funcionan, que parece que esto no termina, y pensando como pensarían los apóstoles, que de nada sirve ser discípulo de Cristo, ya que él no está en la barca, pues se ha ido, los ha dejado solos. Quizá pueda sucedernos lo que a los apóstoles.
Y es que, el confinamiento que hemos experimentado en estos meses, pues nos puede generar un desconcierto. Un desconcierto donde nos preguntemos sobre la familia; los que tienen hijos, por los hijos, por el trabajo, por si realmente estamos actuando como debiéramos, si nuestra contribución en el mundo es la correcta.
Para poder profundizar en esta palabra me quiero centrar en 5 elementos que nos narra este pasaje y que tiene una aplicación concreta para nuestra vida.
El primer elemento es el mar, pero un mar embravecido, las olas en continuo movimiento, sin forma permanente, sin consistencia.
Precisamente, en la Biblia el mar siempre ha sido un símbolo del mal, es decir, de la destrucción y de la muerte.
De hecho, antes de crear el mundo, cuando todo estaba caótico, pues estaba el mar, y Dios ordena, separa las aguas.
O bien, las aguas del diluvio, el diluvio universal que anegaron el mundo y lo destruyeron, para que pudiera surgir una segunda creación.
Por lo tanto, si Jesús camina sobre las aguas, eso quiere decir que Jesús está por encima de esa muerte y ese mal. Y él nos da esa esperanza de una vida en la que nosotros podemos caminar y superar esa muerte, ese mar.
Los problemas y las dificultades en la vida terrena, siempre van a existir. Pero debemos de saber que alguien está por encima de ellos y que nos enseña a no despreciarlos, sino a saber transitar por la vida, por encima de estos problemas, tratando de irlos superando cada día.
El segundo elemento es la barca que señala nuestra vida en las realidades mundanas en la que está cimentada nuestra vida.
Hoy nos movemos en un mar de dudas, nadie parece seguro de nada, ¿cuándo acabará esta pandemia? ¿Será un montaje? ¿Nos estarán dando la verdadera información? ¿Qué va a pasar con la economía, con la escuela, con el trabajo, la situación de inseguridad que estamos viviendo, la política, etc.?
Mientras entendemos que las realidades humanas son como la barca, pues nos damos cuenta que las autoridades humanas no nos pueden dar toda la seguridad, ni toda la respuesta. No por estar en la barca estamos seguros, aunque vivamos en el más elegante de los camarotes.
El tercer elemento es el diálogo de Pedro con Jesús que presenta al apóstol como un prototipo de discípulo que se caracteriza por su pasión al maestro, pero también por la insuficiencia de la fe.
La fe de Pedro se parece mucho a la nuestra, confunde el entusiasmo, un tanto presuntuoso con la fe, y nos da cuenta de que la salvación la debe más al gesto del Señor, que a la propia entrega. Es lo que nos quiere mostrar este pasaje. Por eso Jesús le hace ver esto a Pedro.
Pero si la fe conlleva a una gran carga y duda, también contiene el apoyo de una promesa de creer en Jesús.
Dios no solo rehabilita al hombre por la muerte de su hijo, sino que también lo salva, es decir, lo acompaña en el caminar diario.
Nos dice Pablo en la carta a los Romanos: <<el cristiano vive de la fe>>
No de una fe cualquiera, no de una fe en sí mismo, ya que la fe es una relación con otro. Creer solo unas verdades no sirve para nada, por eso no es posible separar la doctrina del maestro, del evangelio de Jesús, porque el que dice la verdad es la verdad, de modo que el sentido mismo de sus propias palabras hasta ese punto, si no está él, están muertas.
Por lo tanto, la fe no es una doctrina sólida que una vez recibida y poseída podamos utilizar para solucionar todas nuestras cosas, si fuera así, pues nuestra fe se convertiría en una ideología ineficaz para la vida.
La fe hermanos, es una relación personal, es una relación íntima con el Señor. Por eso, la fe tenemos que alimentarla todos los días, así, como la amistad que tengamos con alguien, para que siempre esté viva, tenemos que alimentarla. Cuando dejamos de relacionarnos con esa persona, pues nuestra relación va muriéndose.
Pues lo mismo sucedía con Pedro. Pedro se hunde porque se está sosteniendo en sí mismo, no en Dios. Y en esa relación de ese Dios vivo, porque no confía que él está ahí, porque se imagina que no está, que es un fantasma, que es una alucinación, pero Jesús está ahí.
Cuántas veces a nosotros no nos pasa lo mismo, que no sabemos reconocer esa presencia de Jesús en nuestra vida, que no sabemos fomentar esa relación con ese Cristo en nuestra vida.
El cuarto elemento es Jesús que se presenta casi imperceptible, la barca que no avanza y Jesús que aparentemente no está, pero resulta que si está. Resulta que está ahí animando el camino de la barca, lo que ocurre es que nos cuesta mucho reconocerlo y creer que realmente él está ahí.
Nos cuesta mucho oír la voz de Dios que nos dice, <<ánimo soy yo, no tengas miedo>>. Y además cuando lo reconocemos y le pedimos que él nos haga caminar sobre las aguas, sobre los problemas y dificultades, resulta que cuando ya estamos en medio de las dificultades, no confiamos en él, y claro al no confiar en él, no subimos y él tiene que decirnos, “que poca fe, por qué has dudado”.
Evidentemente todo sería más fácil si la presencia de Jesús en nuestra barca fuera muy obvia, frente a la barca del mundo, frente a la barca de la Iglesia, fuera un empujón, que él resolviera con su presencia todos nuestros problemas de golpe.
Pero hermanos, resulta que no, la presencia y la compañía de Jesús no es ningún empujón que arregle todo, es una presencia suave y misteriosa. Es una presencia semejante a la de Elías que escuchamos en la primera lectura, una presencia que no es un viento huracanado que agrieta los montes, ni un terremoto que derrumba los peñascos, ni un fuego que lo enciende todo, sino que es un susurro casi imperceptible, la presencia de ese amigo que nos acompaña y que nos ofrece su mano.
Y el último elemento lo dejo al final, no porque sea menos importante, sino precisamente, porque es la base de todo el mensaje que nos trae Jesús este domingo, y está al principio del evangelio, y nos dice: <<se dijo que Jesús se retiró a orar>> a tener ese trato de intimidad con el Padre, que le ayudaba a revitalizar esa relación con su Padre Dios y a distinguir la voz de su Padre de otras voces, y por tanto, a cumplir su voluntad.
Queridos hermanos, para que podamos reconocer a Dios en nuestra vida es importante que nos pongamos en la disposición de invocarlo y escucharlo en la oración, y que como Jesús, subamos al monte, es decir, hagamos el esfuerzo de llevar en nuestra vida y en mente a Dios Nuestro Señor.
A veces nos queremos llenar de mucho ruido y no dejamos ese espacio para que Dios se haga presente en nuestra vida, para que lo experimentemos como el Señor que ya ha vencido todos los males del mundo. Y que unidos a él, también nosotros en medio de los males del mundo podremos caminar, ir hacia el puerto seguro.
Tomados de la mano nosotros caminaremos por encima de las tribulaciones de este mundo, que no las evitará Dios, pero en la seguridad que me da de vivir como hijo de Dios, en esa libertad de hijos de Dios.
Por eso, queridos hermanos, les invito a que en este domingo hagamos ese acto de fe, confiando en el Señor.