HOMILÍA ¿SEÑOR, QUÉ TENGO QUE HACER?

Spread the love

Evangelio de Mt. 19, 16-22

17 de agosto del 2020

¿Señor, qué tengo que hacer?

Muchas veces podríamos razonar, yo no robo, yo no mato, yo no hago mal a nadie, y creemos que ya estamos del otro lado, porque hacemos como que cumplimos la voluntad de Dios.

Pero la voluntad de Dios va más allá, la voluntad de Dios implica toda nuestra vida, tratar de buscar su voluntad en todo momento, siempre hay cosas que tenemos que mejorar.

Cuando nosotros vemos nuestra fe como una doctrina que nosotros la entendemos y decimos, pues, yo acepto esa doctrina y punto. Y no lo vemos como un encuentro con un Dios vivo que está todo el tiempo en nuestra presencia y que está iluminando toda nuestra vida. Creemos que la religión es un cumplir y nada más y no un vivir una relación con un Dios vivo, un Dios que nos habla, un Dios que ilumina toda nuestra existencia.

Cuando nosotros vivimos nuestra religiosidad simplemente como un cumplimiento de normas, inmediatamente acabamos poniendo a Dios como en un escaparate y desde ese escaparate lo contemplamos, lo tenemos muy bien ubicado, pero no damos el paso.

En cambio, cuando nos redireccionamos  de una forma existencial con Dios, pues vamos a ver que él siempre nos está pidiendo diferentes cosas que tenemos que hacer.

Siempre tenemos que dar pasos hacia delante, siempre tenemos que ir más allá de nosotros mismos, siempre tenemos que trascender.

Por eso, esta pregunta que hace el joven rico, es una pregunta que nos deberíamos de hacer todos nosotros – ¿Señor, qué tengo que hacer? – qué tengo que hacer el día de hoy, cómo puedo iluminar mi vida desde ti; y esto supone no estar en nuestra zona de confort, sino salir de esa zona de confort y poner toda nuestra vida en manos de Dios. Relativizar todo lo que somos, todo lo que tenemos. Dejar que sea Dios el que vaya guiando con su brazo amoroso, misericordioso, nuestra propia existencia.

Por eso, la pregunta que hace el joven rico, es la pregunta que nos tenemos que hacer todos nosotros.

El pueblo de Israel había abandonado a Dios, había puesto a Dios como en ese escaparate. Sí, aparentemente cumplía con todas las leyes, pero no tenía esa relación viva. Dios a través del profeta manda que la mujer, que era la alegría de los ojos del profeta, pues muera. Precisamente con esa muerte les hace ver, que eso que más aman, esos tesoros, esas cosas materiales y que han puesto por encima de Dios, a final de cuentas no le da la consistencia a la vida. Lo que le da la consistencia a la vida es Dios.

Dios que nos ayuda a dar un buen uso a todas las cosas, nos ayuda aponer en perspectiva a todas las personas que nos rodean y amarlas en verdad, no amarlas desde nosotros mismos, sino desde Dios. No nos relacionamos con las cosas desde nosotros mismos, sino desde Dios.

Terminemos esta reflexión preguntándonos, Señor, qué quieres que haga, cómo quieres que viva mi vida, qué me estas pidiendo. Y tratemos de cumplir esa voluntad de Dios. Todos en nuestro interior podemos encontrar esa respuesta.

Pidámosle al Señor en esta Eucaristía que nos permita escuchar su voz