
Evangelio de Mt 22, 34-40
21 de agosto del 2020
Demos gracias a Dios porque nos ama.
Hoy nos presenta el profeta Ezequiel una imagen que puede ser muy sugestiva para todos nosotros.
Resulta que los israelitas vivían en Babilonia, cuando morían, porque eran prácticamente esclavos del pueblo, y en aquel tiempo todavía no existían los crematorios, los cadáveres iban a dar a una fosa común, y ahí lo buitres se comían la carne y lo único que había en la fosa común, eran huesos.
Dios manda al profeta Ezequiel al Osario, y le dice – dile al pueblo de Israel, que así como estos huesos no tienen vida, yo les puedo devolver la carne y les puedo dar la vida, así yo al pueblo de Israel –.
Este mensaje también viene para cada uno de nosotros. Dios es un Dios de vida, y aunque nosotros por el pecado, incluso por la muerte física estemos muertos, estamos llamados a la vida para siempre, y el único que nos puede dar vida, ya sea estemos vivos o estemos muertos físicamente, es Dios.
¿Y cómo nos la devuelve? Cuando nosotros nos unimos a él como la vid a los sarmientos, ¿y cuándo nos unimos con él? cuando nosotros vivimos el mandamiento del amor.
Cuando nosotros vivimos ese mandamiento es cuando nos conectamos con Dios, nos conectamos con los demás, incluso nos conectamos con nosotros mismos.
Por eso, el mandamiento tiene estas tres direcciones: hacia los demás, hacia Dios, hacia nosotros mismos. Pero comienza teniendo una dirección hacia Dios, porque Dios nos da la posibilidad de relacionarnos con los demás.
Queridos hermanos, estamos llamados todos nosotros a vivir esa relación constante con nuestros hermanos, a vivir en el amor y es la única manera de poder vivir la vida en plenitud; es la única manera de poder vivir como hijos de Dios, viviendo el mandamiento del amor.
La Eucaristía no es otra cosa que la manifestación de Dios hacia nosotros. Pero también es la manifestación de amor de nosotros hacia nuestros hermanos. Y a final de cuentas acaba siendo la manifestación de nuestro amor a nosotros mismos, por un amor ordenado, y eso es lo que nos hace vivir.
Por eso, la Eucaristía se convierte en la fuente de la vida y el culmen de la propia vida.
Tenemos que vivir en esa dinámica del amor constantemente. Y aunque muchas veces nos desviamos de esta dinámica, porque nos cerramos a los demás, porque nos cerramos a Dios, porque incluso nos cerramos a nosotros mismos, cuando nos amamos de una forma incorrecta.
Pues Dios, constantemente está viniendo en nuestro auxilio, para que tengamos vida y vida en abundancia, infundiéndonos su espíritu, para que vivamos el mandamiento del amor.
Pidámosle al Señor en esta Eucaristía que lo vivamos siempre en nuestra vida.
Que así sea.