CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA.
Niñez y adolescencia.
Conchita nació en San Luis Potosí el 8 de diciembre de 1862, día de la Inmaculada Concepción de María (hacía 8 años que el Papa Pío IX había declarado el dogma de la Concepción Inmaculada de María y 4 que la Virgen lo había ratificado en la gruta de Massabielle), dentro de una familia cristiana. Fueron doce hijos, de los cuales ella fue la séptima. Su salud fue muy frágil desde su nacimiento. Cuando su madre estuvo embarazada de ella tuvo una enfermedad, fue un embarazo difícil y peligroso, enfermó gravemente la madre y estuvieron en grave peligro de morir o la madre o la hija. Contra toda esperanza humana, sobrevivieron las dos; después del parto débil y enferma no pudo criar a su hija, que nace enfermiza, por lo cual pasa de unos brazos a otros al cuidado de muchas nodrizas –muchas de ellas mujeres con mala voluntad-.
Fue bautizada el día 10 del mismo año en la sacristía de la Catedral (hoy templo de San Juan de Dios). Fue confirmada el 5 de mayo de 1866. Desde pequeña dio muestras de ser alegre y juguetona, queriendo participar con sus hermanos en sus juegos, pero como era noble su candor, que se reflejó en sus ojos hasta al último día de su vida, era bromeada con ello, llamándole Inocencia.
Poseía una gran piedad y se forjó en una profunda vida espiritual bajo la dirección del canónigo Luis Gonzaga Arias Rivera, tío suyo, con cierto énfasis en la penitencia –oculta para los demás, con una capa de sencillez, naturalidad y alegría-. Sobre la educación cristiana ella dice: “Mis padres fueron excelentes cristianos. En las haciendas siempre rezaba mi padre el Rosario con la familia y los peones y gente del campo, en la capilla. Cuando por alguna ocupación urgente no lo hacía, quería que yo lo supliera. A veces llegaba antes que cualquiera, y a la salida me regañaba de mi poca devoción. Decía que mis Padrenuestros y Avemarías andarían paseándose en el purgatorio y nadie los quería de mal rezados”. También se inclinaba mucho por la oración y la soledad: dice que “sentía gran inclinación a la oración porque en mis penas de niña, cuando me regañaban, etc., y aun sin nada de eso, me encantaba esconderme a platicar con los ángeles y la Virgen María… Me encantaba la soledad y sufría con el ruido y que me quisieran llevar a paseo”. Le gustaba mucho hacer penitencia con su hermano Primitivo, confesarse y recibir los sacramentos.
Aprendió a leer y escribir con unas señoras mayores de profesoras y estuvo seis meses estudiando con las Hermanas de la Caridad, después su enseñanza fue con algunos maestros, en casa. El 8 de diciembre de 1872 hizo su primera comunión. Durante su niñez vivió en continuos viajes a las haciendas de sus padres y aprendiendo, con su mamá, todos los trabajos domésticos, aun a llevar la administración económica de su casa muy pequeña; creció en un ambiente de contacto con la naturaleza y con la gente sencilla del campo; pasaba las horas sentada al piano tocando y cantando, o jugando con sus hermanos al circo, carreras, montar caballo. Aprendió a sembrar con la yunta de bueyes, a remar, a lazar. Era valiente, arriesgada, atrevida.
Su niñez y adolescencia se dan con naturalidad, como la vida de una niña y jovencita de familia acomodada, sabía montar, con poca preparación académica, que vive las distintas actividades propias del lugar y de la época. Tiene una imagen desvalorada de sí misma que la remite a Dios: “Nada en lo que yo ponía a la mano salía bien… y no era porque no supiera hacer las cosas, sino que Dios quería humillarme de ese modo”.
Joven y novia
A los trece años era una niña y una joven muy buena y piadosa, sencilla, alegre, juguetona; le gustaba tocar el piano, cantar, pasear a caballo. Sin embargo, en su alma había grandes deseos de perfección, pero nadie le enseñaba el camino. Ella nos dice de esa época: “De los 16 a los 20 años crucé por una época de bailes, teatros, paseos, vanidades, deseos de agradar (aunque sólo a Pancho, no importándome nada los demás)”. Sin embargo, en esa época de mundo, sus tendencias espirituales de la niñez no se apagaron. Escribió ella que “En medio de aquel mundo que me cansaba y en el cual experimentaba un espantoso vacío, era muy fuerte la voz de Dios que en medio de mi disipación me hacía afianzarme de la penitencia, oración y sacramentos”.
Se hizo novia del que más tarde fuera su esposo, Francisco Armida, tuvo otros pretendientes, entre ellos gente prominente, de fama y fortuna. Su noviazgo con Pancho duró nueve años y contrajo matrimonio con él a los 22 años. Cuenta: “El día 16 de enero de 1876 me llevaron a un baile de familia y ahí se me declaró Pancho en toda forma y acto continuo le correspondí. Yo nunca había oído hablar de amores, y voy oyendo que sufría si no lo quería, que sería muy desgraciado si yo no le correspondía y cosas por el estilo que me dejaron fría. Yo no me creía capaz de inspirar cariño, se me conmovió el corazón y se me hizo tan raro que sufriera aquella persona porque yo no la quisiera que le dije que si lo quería pero no sufriera por tan poco…”. Además dice: “A mí nunca me inquietó el noviazgo en el sentido de que me impidiera ser menos de Dios. Se me hacia tan fácil juntar las dos cosas. Al acostarme ya cuando estaba sola, pensaba en Pancho y después en la eucaristía que era mi delicia”.
Antes de casarse cuando Conchita tenía 21 años de edad murió su hermano Manuel en Jesús María de un balazo por accidente. Ese fue un acontecimiento que le dolió mucho a la familia, pero ella misma escribió que fue: “un golpe cruel, pero muy saludable. Vino a cortar la corriente de mundo, bailes y teatros en donde yo andaba… Volví, con el luto, a darme más a Dios, a pensar más cerca de Él, desprendiéndome de la corriente que llevaba a las vanidades de la tierra. Sin embargo, no era sólo Él quien llenaba mi corazón… Era Pancho con Él”.
Esposa
El 8 de noviembre de 1884, en la Iglesia del Carmen de San Luis Potosí, Conchita contrajo matrimonio con Francisco Armida. Por lo que respecta a su vida de matrimonio aparecen en sus palabras las limitaciones y condicionamientos de su tiempo. Como para tantas otras jóvenes de entonces, hay una confusión entre el desconocimiento de las realidades sexuales y la inocencia, al grado de que ella nos habla de su vergüenza y su desconcierto al quedarse por primera vez sola con su marido en el carruaje en el que se dirigían a su hogar, la misma tarde del matrimonio. La idea de que la fecundidad del matrimonio se realizaba al darse los esposos la mano en la Iglesia, es otro aspecto de esa misma confusión.
Aún dentro de esos condicionamientos y de esa mentalidad, la luz de Dios la hace descubrir y apreciar el estado matrimonial, y nos entrega unas hermosas reflexiones sobre el: “El matrimonio es santo y su fecundidad es solo un reflejo de la de Dios”.
¿Quién fue Francisco Armida García?
Cuenta Conchita: Pancho era “muy bueno, cristiano, honrado, recto, inteligente. Sensible a cualquier desgracia, excelente padre que no tenía más distracción que sus hijos… Era muy correcto en su vestir, fino en su trato, un hombre de hogar, muy obsequioso conmigo, muy sencillo, respetuoso y delicado. Tenía carácter fuerte y enérgico que con el tiempo se le endulzo. Me tenía grande confianza y con frecuencia me hablaba de sus negocios tomando mi opinión aunque nada valía. Era hombre de orden y metódico”. Murió a los 43 años con 8 hijos. Conchita le dice a su marido en su lecho de muerte ¿Qué quieres de mí? … “Que seas toda para Dios y toda para tus hijos”.
Madre
En los casi 17 años de matrimonio, hasta la muerte de su esposo, Conchita fue madre de 9 hijos, a quienes formo humana y cristianamente. Cuatro de sus hijos se casaron, uno se ordenó sacerdote de la compañía de Jesús, una hija se ordenó Religiosa de la Cruz, tres hijos murieron: uno de 6 años, otro de 18 ambos de tifoidea y uno de 4 años ahogado en la fuente de su casa.
En una carta de Conchita escribe a su director espiritual, el obispo Maximino Ruiz, ella misma le dice que por encima de todas las demás cosas su tarea primordial y su ocupación más importante es la educación de sus hijos.
Asimismo, el testimonio de sus mismos hijos es muy revelador: “mamá sonreía siempre”. De tal manera, era sencilla y natural su vida que inclusive alguno de sus hijos se expresa diciendo: “Mi mamá casi no rezaba”. Y en una entrevista realizada con ellos por el Padre Philipon, reconocido teólogo francés, y en donde él les explica que su madre había sido una gran santa y una gran mística, la respuesta de ellos es la siguiente: “Nosotros no sabemos nada ni de santidad ni de mística, pero si sabemos que mamás como ella, no las hay”.
Viuda.
El 17 de septiembre de 1901, después de 17 años de matrimonio y teniendo Conchita 37 años de edad, muere su esposo. Los primeros días de su viudez fueron terribles para Conchita. Los médicos creyeron que iba a morir. Con la muerte de él, la vida de Conchita cambio bruscamente ya que se quedó sola al frente de sus 8 hijos, y cuando el mayor, Francisco, contaba con apenas 16 años de edad. Ciertamente que aceptó como voluntad de Dios su nueva realidad de viuda, sin embargo, ello no le negó el sentir un profundo dolor por la pérdida definitiva de su esposo.
Su personalidad
Ya comentamos que la personalidad de la Sra. Armida es muy rica, es una tarea compleja tratar de describirla en unas cuantas líneas, tenemos que tener en cuenta la época histórica en la que vive (1862-1937) y tener en cuenta las costumbres, modo de vida, expresiones de lenguaje, vivencia religiosa de la época, situaciones políticas, y además entrar al mundo de la familia, amigos y sociedad de Conchita.
Conchita como mujer es muy natural: ama de casa, cuida de los detalles del hogar, al pendiente de su esposo y de sus hijos, atenta a sus necesidades, siempre habla con ternura de ellos, y siempre dio prioridad a sus deberes de estado, tenía una frase muy de ella: “vana sería mi ilusión si al querer cumplir con Dios no cumplo con mi obligación”, como vemos era una mujer muy equilibrada, con los pies muy puestos en la tierra. Supo acomodarse a las exigencias de la época en la que vivió; hablando de su marido decía que “tenía que condescender en ir a teatro y bailes, él nunca iba solo”. También decía que “el disfrutar de las fiestas y de su noviazgo nunca la alejó del amor de Dios”. Su personalidad psíquica era de contrastes: tenía una gran sensibilidad física y psicológica, fina, delicada; y sin embargo tenía una gran fortaleza para soportar el dolor físico y moral.
Era una mujer débil físicamente, pero de una voluntad férrea y de pleno autodominio. Ella misma manifiesta su sensibilidad en sus escritos: “Yo siempre he sufrido mucho por querendona. Mucho ha sufrido mi alma por su sensibilidad”.
Conchita era de escasa cultura, pero poseía una inteligencia innata que supo aprovechar y poner en práctica, sobre todo en el trato con sus hijos con quienes se mantiene enérgica a la vez que les habla con gran cariño y dulzura a la hora de aconsejarlos, he aquí un texto de la carta que escribe a su hijo mayor la víspera de su matrimonio: “… has sido un hijo modelo, espero que serás un esposo tan cristiano, digno, amante y noble como fue tu padre; así harás verdaderamente feliz a tu joven esposa que, con tanta bondad y amor, va a unir su suerte a la tuya”.
Otro rasgo de su personalidad es su extraordinaria sencillez, todos los que la conocieron coinciden en que era “toda sencillez”. Era discreta, callada, prudente, mujer de altos vuelos en su vida espiritual, supo mantener todo con discreción, sus hijos desconocían muchas cosas de su relación con Dios y con la Obra de la Cruz.
El rasgo más importante de la personalidad de la Sra. Armida es el gran amor a Dios; verdaderamente podemos decir que fue una mujer totalmente enamorada de Dios, y de este amor se desprendía su amor al prójimo y a la Iglesia. Podemos decir que en ella se cumple y realiza el mandamiento “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.
Escritora
Conchita es una mística de la Iglesia que ha escrito obras innumerables. Sus textos cuentan con gran profundidad teológica, a pesar de su escasa formación y preparación académica, que no llego ni siquiera al tercer grado de primaria.
Dentro de sus escritos, cuenta con 46 obras editadas y 26 obras inéditas, entre las que se encuentran sus “cuentas de conciencia” o bien, su diario personal, que lo escribió por obediencia a las indicaciones marcadas por sus directores espirituales desde los 31 años de edad, hasta los 74 años, muy poco antes de su muerte. Solamente dentro de sus cuentas de conciencia logro reunir 66 tomos.
Dentro de la temática que tratan sus escritos, se pueden encontrar revelaciones sobre: La vida de la Trinidad, la generación eterna del Verbo, la acción del Espíritu Santo en la Encarnación, el sacerdocio místico del Pueblo de Dios, la santidad y misión del sacerdote, la asociación a la Encarnación Redentora de Cristo, la misión de María en el misterio de la Iglesia, entre otros.
Muchos de estos temas fueron nuevamente tratados por la Iglesia hasta el Concilio Vaticano II (1965), por lo que se consideran reveladores de una importante misión profética.
Apóstol de la Iglesia y de las obras de la Cruz
Fue el instrumento que Dios eligió para fundar las cinco OBRAS DE LA CRUZ: El Apostolado de la Cruz, para todos los seglares; la alianza de amor, para las almas que quieren llegar a la perfección con el espíritu de la cruz, la Liga Apostólica, para los sacerdotes que desean lo mismo y, a la vez, trabajar en propagar estas Obras; las Religiosas de la Cruz, contemplativas; y los Misioneros del Espíritu Santo.
Después de más de 100 años de fundadas; después de haber sido aprobadas plenamente por la Santa Sede; después de las terribles y tenaces persecuciones que sufrieron; después de ver los frutos que ya han producido, no se puede dudar de que sean obras de Dios. El carácter propio de estas Obras, la espiritualidad de la Cruz, no es otra sino la expuesta en los numerosos escritos de la Sra. Armida, doctrina vivida por ella en su mayor perfección, para ser el modelo de todas las almas de la cruz.
Por todo lo dicho acerca de su espiritualidad, se comprende fácilmente el carácter sacerdotal, eclesial y trinitario de estas Obras. Y sobre todo que su última meta sea el reinado del Espíritu Santo, que es el reinado del amor, del dolor y de la pureza.
Experiencia Espiritual
Hemos visto como la vida de Conchita es una vida externamente como la de tantas otras personas que han sido también, como ella, novias, esposas, madres y viudas. ¿Qué es entonces lo que tiene de extraordinario como para que sea considerada Beata? Desde sus directores espirituales hasta los que ha sido encargados expresamente de examinar su espíritu y sus escritos, todos se quedan admirados de las extraordinarias gracias de Dios que ella recibió en su vida.
Realmente, su grandeza se centra en que con todo y los conflictos e inseguridades que sufrió desde pequeña y que marcaron de manera importante su personalidad, ella pudo ir superándolos con la ayuda del Señor, a su vez, que Él la eligió asumiéndola integralmente con toda su realidad personal (con sus potenciales, debilidades y limitaciones), logrando así hacerla crecer en su amor y en la perfección espiritual, que mas tarde le llevarán a cumplir como misión el anunciar al mundo el misterio de Cristo Sacerdote y Ofrenda, como único medio de salvación para los hombres.
Aspectos más importantes de su proceso de santidad:
Desde su juventud siente una profunda e incontenible deseo de no cometer pecado venial y una gran nostalgia de Dios, que va creciendo hasta convertirse en una verdadera necesidad de estar en El. Trabajó en adquirir tres virtudes principalmente: humildad, confianza y amor.
Se da una unión cada vez más profunda y una entrega más completa al Señor en medio de sus deberes de estado. En 1893 (8 dic) se consagró a Dios por los votos de pobreza, castidad y obediencia que cumplió toda la vida.
-El 14 de enero de 1894 se graba en su pecho el monograma JHS, como una forma de manifestar su pertenencia al Señor. Entonces se olvida de sí y exclama su deseo: ¡JESUS SALVADOR DE LOS HOMBRES, SALVALOS!
-En 1894 tiene la visión de la Cruz del Apostolado.
-El Señor la va transformando y preparando en su interior, para vivir una unión con Jesús Crucificado, que la lleva a vivir su sacerdocio y a ser transformada en Jesús Crucificado (su nombre Crux Iesu), por amor-dolor-pureza. Pasando por la unión transformante, que la prepara para recibir la gracia central de su existencia: “La encarnación mística”. Es decir, una manera nueva, divina, de amar a Jesús y de unirse espiritualmente a Él, a la manera del amor de María, Madre de Dios. Jesús le pide “encarnar” en ella de manera especial, para que con su nuevo testimonio de vida, le ofrezca “hijos espirituales” que acepten vivir a imagen de Cristo.
-Es una mujer con una gran capacidad de relaciones, tanto con hombres como con mujeres. Se pueden recuperar relaciones a profundidad, con su madre, su padre, su tío sacerdote, sus hermanos, su hermana Clara, su esposo; muchos sacerdotes: P. Mir, P. Félix, Mons. Ibarra, Mons. Martínez, Mons. Emeterio Valverde, Mons. Ruíz Y Flores, etc.
– Algo notable de su vida fueron los numerosos sufrimientos y enfermedades, muchas de ellas muy graves, padecidas por ella misma, por sus hijos, por sus familiares y amistades, al grado tal que más tarde señala que “no recuerda algún día de su vida en que hubiese dejado de sufrir”.
-En la última etapa de su vida, Conchita profundiza en la soledad de María y vive momentos de sequedad o aridez en su relación con Jesús. Ella entiende que los silencios del Señor la asocian más íntimamente con la soledad de María y con aquel profundo desamparo de Jesús en la Cruz, que le hace exclamar: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. De hecho, en su lecho de muerte, alguien le pregunta: “Conchita, y sus relaciones con Jesús”, Y, ella le responde: “…como si nunca nos hubiéramos conocido”.
-Conchita muere el 3 de marzo de 1937 teniendo 74 años de edad.
FUENTE: celam.org