Hermanos.
Hoy, estamos celebrando el día de las madres y es importante que nos detengamos un poco hacia aquellos seres que nos han dado lo más valioso que tenemos, que es nuestra vida.
En primer lugar, pidamos a Dios por ellas, por todos los esfuerzos que han hecho por nosotros.
En segundo lugar, hagamos un examen de conciencia. Si realmente nosotros, a las que están difuntas, oramos por ellas, si están vivas las honramos y estamos atentos a sus necesidades.
Es importante que nosotros reconozcamos ese gran don que Dios nos ha dado en la maternidad.
Ciertamente, hay una maternidad que no es física, biológica. Hay madres que se han hecho cargo de un niño por medio de la adopción, a ellas le hacemos reconocimiento, porque, aunque no han engendrado biológicamente a los hijos, les han dado todo su amor, su preocupación, también esta es una manera de dar a luz, de dar la vida a un ser.
También incluimos a las religiosas, con su instinto de maternidad, pues acompañan a muchas personas y dan ese cariño, ese amor de madre; sobre todo, aquellas que atienden a niños en los orfanatorios o aquellas que por alguna manera también se acercan a muchos niños o adolescentes y jóvenes, incluso adultos que necesitan ese amor maternal.
Hoy, estamos iniciando las dos semanas en que nos vamos a preparar para recibir al Espíritu Santo.
Por eso, las lecturas de estas dos semanas van a air entorno al Espíritu Santo.
El Espíritu santo es el espíritu que mueve nuestros corazones, para que amemos a Dios y a nuestro prójimo, para ello tenemos que invocarlo.
Es importante que nos abramos a esa acción del Espíritu Santo, pero en un principio tenemos que ser conscientes de su presencia.
Por otra parte, el Evangelio nos hable sobre que hay personas que parece que hacen bien cuando matan, cuando hacen cosas contra las personas y a veces hay católicos fundamentalistas y que quieren cortar cabezas luego, luego.
El evangelio nos invita a que no seamos de ese grupo de gentes, que verdaderamente nosotros tengamos esa misericordia con los demás.
Tomemos de ejemplo a nuestras madres, quienes tienen misericordia con sus hijos, que a pesar de que les hacen miles de cosas, ellas los siguen amando incondicionalmente.
Ustedes madres, si sus hijos le han hecho algo, pues perdónenlos y ámenlos incondicionalmente. Aunque ellos mismos no lo sepan, necesitan de su amor, de su cariño.
Como el Padre de la parábola del Hijo Prodigo, pues siempre que se acerquen a ustedes ábranles sus brazos, su corazón, al final de cuentas ese amor será un gran beneficio.
Yo estoy seguro que ninguna madre desea mal para sus hijos, al contrario, desean que sean fuertes y felices.
Vamos a encomendarnos a Dios, vamos a encomendar a nuestras madres que generan vida para los hombres.
Que el Señor las bendiga y las llene de su gracia y de su amor