Una fiesta muy popular
La fiesta del Corpus –que ahora se llama mejor “del Cuerpo y Sangre de Cristo” – ha arraigado hondamente en el pueblo cristiano, desde que nació en el siglo XIII.
Es una celebración que nos hace centrar nuestra atención agradecida en la Eucaristía como sacramento en el que Cristo Jesús ha pensado dársenos como alimento para el camino, haciéndonos comulgar con su propia Persona, con su Cuerpo y Sangre, bajo la forma de pan y vino.
Jesús ha querido ser para su comunidad, hasta el final de los siglos, el Maestro que transmite la Palabra viva de Dios. Pero además ha querido ser su alimento que nos da fuerzas y nos transmite vida: “quien come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él…vivirá de mí como yo vivo del Padre.
Hoy no nos fijamos tanto en la celebración de la Eucaristía, aunque la organicemos con particular festividad, sino en su prolongación en la presencia permanente en medio de nosotros de Señor Eucarístico, como alimento disponible para los enfermos y como signo sacramental continuando de su presencia en nuestras vidas.
La Eucaristía tiene dos dimensiones: su celebración, la misa, en torno al altar, y su prolongación, con la reserva del Pan eucarístico en el sagrario y la consiguiente veneración que le dedica la comunidad cristiana.
La finalidad principal de la Eucaristía es su celebración y que los fieles comulguen con el Cuerpo y Sangre de Cristo. Pero desde que la comunidad cristiana empezó a guardar el Pan eucarístico, sobre todo para los enfermos y el caso del viático –cosa que data ya de los primeros siglos –fue haciéndose cada vez más coherente y connatural que se rodeara el lugar de la reserva (ahora, el sagrario) de signos de fe y adoración hacia el Señor.
FUENTE: del libro Enséñame tus caminos
AUTOR: José Aldazábal