HOMILÍA “REVESTIRNOS DE CRISTO”

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Evangelio Mt. 22, 1-14

20 de agosto del 2020

Revestirnos de Cristo

Cuando nos bautizan, normalmente te echan agua y dicen – yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo –.

En  la antigüedad las personas se desvestían y se les sumergía 3 veces. Hoy en día también se puede hacer ese rito. Y salían y se les ponía una túnica blanca que representaba el revestirse de Cristo, esa nueva dignidad de cristianos.

Jesús mismo, el gesto de la cruz, que es despojado de sus vestiduras, tiene un sentido, se despoja del hombre viejo para revestirse de Cristo; y Cristo resucitado ya aparece representado siempre con una túnica blanca, es decir, con la nueva vestidura, el Hijo de Dios.

De alguna manera, nosotros estamos llamados de hacer de nuestro bautismo una continua actualización, es decir, ese bautismo lo recibimos una vez, pero lo tenemos que hacer actual en cada momento de nuestra vida.

Y cómo lo hacemos actual, cuando convertimos ese corazón de piedra, que no siente, que es duro, que no puede dejarse interpelar en un corazón de carne, es decir, es un corazón que late, que está abierto al amor de Dios. Esa es nuestra tarea todos los días, revitalizar nuestro bautismo, estar vestidos de esas vestiduras de Cristo, revestirnos de Cristo cada día, revestirnos de su Palabra, revestirnos de su Evangelio, es decir, dejarnos interpelar por él.

Oyendo la parábola, vemos quiénes no se dejaron interpelar por Dios, por esa invitación al banquete celestial, a la vida nueva que Cristo nos ofrecía. Son esos primeros invitados que Dios, y ojala que no seamos de esos, que Dios nos invita y que aparentemente parece que vamos a ir, pero ponemos muchos pretextos para que Dios verdaderamente entre a nuestro corazón, por qué, porque tenemos un corazón de piedra, porque no escuchamos la Palabra de Dios, porque no la ponemos en práctica, porque no tenemos esa comunión, ese encuentro continuo con ese Dios vivo.

Nuestro papel es estar siempre pendientes, revistiéndonos de Cristo. No vaya ser que estemos en el banquete de bodas y nos vayan a sacar por no tener el vestido de bodas. Cada uno de nosotros tenemos que revestirnos de esa túnica blanca.

Hoy, en el Salmo responsorial decía: <<crea en mí Señor, un corazón puro>> un corazón abierto a tu Palabra, un corazón que se deje tocar por tu gracia, un corazón que se arrepienta de los pecados, un corazón que luche por cumplir tu voluntad, un corazón que viva en comunión contigo.

Esta debe de ser, queridos hermanos, nuestra oración.

Hoy estamos celebrando a San Bernardo Abad y doctor de la Iglesia. Fue un hombre de acción, de acción pero combinada con la contemplación. Fue consejero de Reyes y de Papas. Predicó en las cruzadas, buscó con ansia la soledad para dedicarse a la oración, a la penitencia, a revestirse de ese hombre nuevo y acercase al misterio de Dios. A tener ese encuentro consigo y con Dios.

Por eso, la Iglesia nos lo pone como ejemplo en su fiesta, y nos invita a que busquemos todos los días y siempre tener ese corazón nuevo, ese espíritu nuevo, para latir con el amor de Cristo y vivir ese amor con nuestros hermanos.

Pidámosle a San Bernardo que nos ilumine para que podamos vivir como él vivió, revistiéndose de Cristo todos los días.

Que así sea.