ORACIÓN DE CONTEMPLACIÓN

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Queridos hermanos y hermanas. Buenos días.

Seguimos la catequesis sobre la oración. En esta catequesis quisiera detenerme en la oración de la contemplación, la dimensión contemplativa del ser humano, es un poco como la sal de la vida, tras aborda a gusto nuestros días.

Se puede contemplar mirando el sol, saliendo por la mañana o los árboles que visten de verde la primavera; se puede contemplar escuchando música o el canto de los pájaros o leyendo un libro delante de una obra de arte o esa obra maestra que es el rostro humano.

Carlo María Martini, enviado como Obispo de Milán, tituló su primera carta “la dimensión contemplativa de la vida. De hecho, quien vive en una gran ciudad, donde todo, podemos decir, es artificial, funcional, corre el riesgo de perder la capacidad de contemplar. Contemplar, no es en primer lugar una forma de hacer, es un modo de ser, ser contemplativo.

Ser contemplativo no depende de los ojos, sino del corazón. Y aquí entra en juego la oración, como hecho de fe y de amor, como respiración de nuestra relación con Dios. La oración, purifica al corazón, y con eso, aclara también la mirada, permitiendo acoger la realidad desde otro punto de vista.

El catecismo, describe esta transformación del corazón por parte de la oración, citando un famoso testimonio del Santo Cura de Ars:

La contemplación es mirada de fe fijada en Jesús, “yo lo miro y él me mira”

Decía su santo cura un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario:

La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón, nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres. Todo nace de ahí, de un corazón que se siente mirado con amor, entonces la realidad es contemplada con ojos diferentes: “yo lo miro y él me mira”

Es así, en la contemplación amorosa típica de la oración más íntima, no son necesarias muchas palabras, basta una mirada, basta estar convencidos de que nuestra vida está rodeada de amor grande y fiel, del que nada nos podrá separar jamás.

Jesús, ha sido maestro de esta mirada, en su vida no ha faltado nunca los tiempos, los espacios, los silencios, la comunión amorosa que permite la existencia a no ser devastada por las pruebas inevitables, sino custodiar intacta la belleza, su secreto es la relación con el Padre Celestial.

Pensemos, por ejemplo, el acontecimiento de la transfiguración. Los evangelios colocan este episodio en el momento crítico de la misión de Jesús, cuando crecen entorno a él, la protesta y el rechazo, incluso entre sus discípulos, muchos no lo entienden y se van.

Uno de los doce alberga pensamientos de traición. Jesús, empieza hablar abiertamente de los sufrimientos y de la muerte que le esperan en Jerusalén; y en este contexto Jesús sube a lo alto del Monte, con Pedro, Santiago y Juan.

Dice el Evangelio de Marcos: <<y se transfiguró delante de ellos y sus vestidos se volvieron resplandecientes>> muy blancos, tanto que ningún lavandero en la tierra, sería capaz de blanquearlos de ese modo.

Precisamente, en el momento en que Jesús, es incomprendido, se iban, lo dejaban solo, porque no le entendían en ese momento. Precisamente, cuando todo parece ofuscarse en un torbellino de mal entendidos, es ahí que resplandece una luz divina. Es la luz del amor del Padre que llena el corazón del Hijo y transfigura toda su persona.

Algunos maestros de espiritualidad del pasado han entendido la contemplación como opuesta a la acción y han exaltado esas vocaciones que huyen del mundo y de sus problemas, para dedicarse completamente a la oración, en realidad, en Jesucristo, en su persona, en el evangelio. No hay oposición entre contemplación y acción, no, en el evangelio, en Jesús, no.

Tal vez provenga de la influencia de un filósofo neoplatónico que seguramente se trata de un dualismo y no pertenece al mensaje cristiano.

Hay una única gran llamada, una gran llamada en el evangelio, y es la de seguir a Jesús por el camino del amor.

Este es el ápice y el centro de todos. En este sentido, caridad y contemplación, son sinónimos, dicen lo mismo.

San Juan de la Cruz, sostenía que, un pequeño acto de amor puro, es más útil a la Iglesia que todas las demás obras juntas.

Lo que nace de la oración y no de la presunción de nuestro yo, lo que es purificado por la humildad, incluso si es un acto de amor apartado y silencioso, es un acto más grande que un cristiano pueda realizar.

Este es el camino, la oración de contemplación “yo lo miro él me mira”

Un acto de amor en diálogo silencioso que hace tanto bien a la Iglesia

Catequesis del papa Francisco.