¿Porque estudiamos Filosofía en el Seminario?

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El filósofo, con fuego profundo por el amor y la fidelidad a la verdad, luz de la inteligencia, búsqueda de la perfección se cuestiona: ¿Porque estamos aquí?,¿De dónde venimos?, ¿Hacia dónde vamos? Para conocer, debemos conocernos a nosotros mismos. La filosofía nos ayuda a no ser esclavos de nuestros miedos y deseos o de los miedos y deseos de otros.

Filosofía, alma de la ciencia y búsqueda de la verdad, alma de la política, la justicia, el alma del arte y otras disciplinas, anhelo de llegar a la fuente del amor, al bien último.

Con la filosofía despertamos y perfeccionamos las cualidades internas del alma, la comprensión profunda, fuerza de voluntad, adaptación de los nuevos desafíos, renovación sin pérdida de valores esenciales, estabilidad en medio de las tormentas de la vida, capacidad de ser objetivos en medio de las corrientes psíquicas, de las modas e ideologías grupales, la verdadera autenticidad sin mascaras. Estudiamos filosofía para iluminar el conocimiento, para ver la vida con los ojos de la razón y del alma, dominando pasiones y sensaciones, para saber que hay un más allá de la muerte y que la vida exige una continua capacidad de amar y de donación, para entender el sentido de la vida y el fin del alma, y encontrar la convivencia fraterna que toda la humanidad, una gran familia y por lo tanto la fraternidad. El afecto puro sin intereses mezquinos que la reduzcan. ‹‹La situación actual, marcada gravemente por la indiferencia religiosa y por una difundida desconfianza en la verdadera capacidad de la razón para alcanzar la verdad objetiva y universal, así como por los problemas y nuevos interrogantes provocados por los descubrimientos científicos y tecnológicos, exige un excelente nivel de formación intelectual que haga a los sacerdotes capaces de anunciar – precisamente en este contexto – el inmutable evangelio de Cristo y hacerlo creíble frente a las legitimas exigencias de la razón humana. Añádase, además, que el actual fenómeno del pluralismo, acentuando más que nunca en el ámbito no solo de la sociedad humana, sino también de la misma comunidad eclesial requiere de una aptitud especial para el discernimiento crítico: es un motivo ulterior que demuestra la necesidad de una formación intelectual más sólida que nunca››[1]

La filosofía nos ayudara a una adecuada formación intelectual en el camino de formación. Con la ayuda de la psicología, que se desprende de la filosofía misma, en el conocimiento de uno mismo.

El estudio de la filosofía: ‹‹lleva a un conocimiento y a una interpretación más profunda de la persona, de su libertad, de sus relaciones con el mundo y con Dios. Ello es muy urgente, no solo por la relación que existe entre los argumentos filosóficos y los misterios de la salvación estudiados en teología a la luz superior de la fe, sino también frente a una situación cultural muy difundida, que exalta el subjetivismo como criterio y medida de verdad[…].››[2]

La filosofía nos conducirá a un sólido y coherente conocimiento del hombre, del mundo y de Dios. Se cuenta con investigaciones filosóficas actuales. Necesitamos estar adecuadamente preparados para el dialogo con los hombres y no creyentes en un sano ambiente. Así, llegar al Absoluto, la verdad, y la posibilidad de conocer.

Es primordial que, con la filosofía como herramienta, desarrollemos capacidades de conocimiento del ser humano, sus riquezas y fragilidades y contar con un juicio prudente sobre las personas y situaciones.[3]

El amor a la verdad se busca, se respeta y demuestra con firmeza, reconociendo los límites del conocimiento humano. ‹‹Ni tampoco hay que infravalorar la importancia de la filosofía para garantizar aquella “certeza de verdad” la única que puede estar en la base de la entrega personal total a Jesús y a la Iglesia››.

Con la fe y la razón, llegaremos al conocimiento de la verdad y en nuestro camino de formación a llegar a ser buenos pastores a configuración de Cristo.

[1] Pastores Dabo Vobis, n. 51: AAS 84 (1992), 749.

[2] pastores Dabo Vobis, n. 52: AAS 84 (1992), 750.

[3] Ibid, n. 52: AAS 84 (1992), 750.