MI ORACIÓN NO ES ESCUCHADA

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CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LA ORACIÓN

Queridos hermanos y hermanas. Buenos días.

Hay una contestación radical a la oración que deriva de una observación que todos hacemos; nosotros rezamos, pedimos, sin embargo, nosotros a veces parece que nuestras oraciones no son escuchadas, lo que hemos pedido para nosotros o para otros, no se realiza y nosotros tenemos experiencia de esto muchas veces.

Además, el motivo por el que hemos rezado era noble, como puede ser la intercesión por la salud de un enfermo o para que cese una guerra, por ejemplo. El incumplimiento nos parece escandaloso, por ejemplo, con las guerras, estamos rezando para que terminen las guerras en diferentes partes del mundo, pensamos en Yemen, pensamos en Siria, en países que están en guerra desde hace años, están flagelados por la guerra, oramos y no termina.

¿Y cómo puede suceder esto?

Hay alguien que deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada. Pero si Dios es Padre, por qué no nos escucha, Él que ha asegurado que da cosas buenas a los hijos que se lo piden.

¿Por qué no responde a nuestras peticiones?

Todos tenemos experiencia de esto, hemos rezado por la enfermedad de un familiar, de un papá, de una mamá y después se ha ido y Dios no nos ha escuchado, es una experiencia de todos nosotros.

El catecismo nos ofrece una buena síntesis sobre la cuestión, nos advierte del riesgo de no vivir una auténtica experiencia de fe, sino de transformar la relación con Dios, en algo mágico.

La oración no es una varita mágica, es un diálogo con el Señor, de hecho, cuando rezamos corremos el riesgo de caer en no ser nosotros quien sirve a Dios, sino pretender que sea Él que nos sirva a nosotros. He aquí una oración que siempre reclama que quiere dirigir los sucesos según nuestro diseño, que no admite otros proyectos, sino nuestros deseos.

Jesús, sin embargo, tuvo una gran sabiduría poniendo en nuestros labios el Padre Nuestro, es una oración solo de peticiones, como sabemos, pero las primeras que pronunciamos, están todas de lado de Dios, piden que se cumplan, no nuestros proyectos, sino su voluntad en relación con el mundo; mejor dejar hacer a Él, sea santificado tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad.

El Apóstol Pablo nos recuerda que, nosotros no sabemos ni si quiera qué es conveniente pedir. Cuando rezamos pedimos por nuestras necesidades, por lo que queremos. Y Pablo nos dice, sabemos qué cosa conviene pedir, cuando rezamos debemos ser humildes, es la primera actitud para ir a la oración.

Así como existe la costumbre en tantos lugares que, para ir a orar en el templo, las mujeres se ponen el velo, se toma el agua bendita para iniciar a orar.

Así, tenemos que decir antes de la oración, decir lo que es más conveniente, que Dios me dé lo que me conviene más, Él lo sabe.

Cuando rezamos debemos ser humildes, para que nuestras palabras sean efectivamente oraciones y no un vaniloquio que Dios rechaza. Se puede rezar por motivos equivocados, por ejemplo, derrotar al enemigo en una guerra, sin preguntarnos qué piensa Dios de esa guerra.

Es fácil escribir en un estandarte, Dios está con nosotros, muchos están ansiosos por asegurar que Dios esté con ellos, pero pocos se preocupan por verificar, si ellos están efectivamente con Dios.

En la oración es Dios quien debe convertirnos a nosotros, no nosotros los que tenemos que convertir a Dios. Es la humildad, yo voy a orar, pero tu Señor está en mi corazón y dame lo que es más conveniente, dame lo que será mejor para mi salud espiritual.

Sin embargo, permanece el escándalo, cuando los hombres rezan con corazón sincero, cuando piden bienes que corresponden al reino de Dios, cuando una madre reza por un hijo enfermo, porque a veces parece que Dios no escucha, para responder esta pregunta, es necesario meditar con calma los evangelios.

Los pasajes de la vida de Jesús, están llenos de oraciones, muchas personas heridas en el cuerpo y en el espíritu, le piden ser sanadas.

Están quienes oran por un amigo que ya no camina, padre y madres que les llevan hijos e hijas enfermos, todas son oraciones impregnadas de sufrimiento; es un coro inmenso que invoca: ¡Ten piedad de nosotros!

Vemos que a veces la respuesta de Jesús es inmediata, sin embargo, en otros casos, esta se difiere en el tiempo, parece que Dios no responde.

Pensemos en la mujer Cananea que suplica a Jesús por su hija. Esta mujer debe insistir mucho tiempo para ser escuchada.

Incluso la humildad de escuchar una palabra que parece ofensiva de Jesús sobre ella, no tenemos que botar el resto del pan a los perros. A esta mujer no le importa la humillación, le importa la salud de su hija y va adelante. Dice, incluso los perros comen lo que cae de la mesa. Se necesita valentía en la oración.

O también pensemos en el paralítico llevado por cuatro amigos, inicialmente Jesús, perdona sus pecados y tan solo en un segundo momento lo sana en el cuerpo. Por lo tanto, en alguna ocasión la solución al drama, no es inmediato. Incluso en nuestra vida, cada uno de nosotros tenemos esta experiencia. Hagamos un poco de memoria.

¿Cuántas veces hemos pedido una gracia, un milagro? Digámoslo así, y no ha pasado nada y con el tiempo las cosas se han arreglado, pero según el modo de Dios, según el modo divino, no según lo que nosotros queríamos en ese momento.

El tiempo de Dios no es nuestro tiempo, desde este punto de vista merece atención, sobre todo la sanación de la hija de Jairo. Hay un padre que corre sin aliento, su hija está mal y por ese momento pide la ayuda de Jesús, el maestro acepta enseguida, pero mientras van hacia la casa, tiene lugar otra sanación y después llega la noticia de que la niña está muerta, parece el final, pero Jesús dice al padre – no temas, solamente ten fe – continua a tener fe, sigue teniendo fe, porque es la fe que sostiene a la oración y, de hecho, Jesús despertará a esa niña del sueño de la muerte

Pero por un momento Jairo ha tenido que caminar a oscuras con la única llama de la fe.

Señor, danos la fe.

Que mi fe crezca, pidamos esta gracia de tener fe. Jesús en el evangelio nos dice, que la fe mueve las montañas, pero tener una fe en serio.

Jesús, delante a la fe de sus hombres, de sus discípulos, está atento, siente una ternura especial delante de esa fe y escucha.

También, la oración que Jesús dirige al Padre en el Getsemaní, para permanecer sin ser escuchada – Padre aleja de mí esto que me espera – parece que el Padre no lo ha escuchado.

El Hijo tendrá que beber hasta el fondo el cáliz de la pasión, pero el sábado santo no es el capítulo final, porque al tercer día, el domingo, está la resurrección, el mal, el señor del penúltimo día.

Recuerden bien esto, el mal, jamás es el Señor del último día, sino del penúltimo, del momento en el cual es más oscura la noche, es el momento antes de que llegue la aurora. Ahí en ese penúltimo momento existe la tentación que el mal nos hace entender, que el mal ha vencido.

El mal es el señor del penúltimo día, porque el último día está la resurrección, pero el mal jamás es el señor del último día, porque es Dios el Señor de este último día, porque esto le pertenece solo a Dios, porque este es el día en el cual se cumplirán todos los anhelos humanos de salvación, aprendamos esta paciencia humilde, de esperar la gracia del Señor, de esperar el último día y muchas veces el penúltimo es muy feo, porque los sufrimientos humanos son feos, pero el Señor está, pero el último día Él resuelve todo.